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¿Qué sobrevive cuando traicionamos a nuestros niños?

Las heridas que dejamos hoy serán las cicatrices de todo un mañana.

Ciudad Juárez—No fue un temblor. No fue un disparo.Fue algo más silencioso lo que rompió a Ciudad Juárez este año: la traición a su infancia.

Todo empezó en guarderías que, hasta hace unos meses, parecían espacios seguros: dibujos, canciones infantiles, mochilas diminutas colgadas en pequeños ganchos. Espacios pensados para el cuidado, para el juego, para la vida. Pero bajo esa fachada alegre, algo más se movía en silencio.

“Mi Mundo de Colores”, el nombre a la entrada de una de las estancias. Sin embargo, para decenas de familias, esos colores hoy son una mancha. Las revisiones médicas y psicológicas a más de un centenar de niños destaparon una pesadilla: abusos sexuales que dejaron marcas invisibles, cicatrices en cuerpos pequeños y memorias que aún no saben cómo nombrar el dolor.

Rosa Iveth V.G., una de las cuidadoras, fue detenida; la acusaron de violación agravada. Como ella, otras trabajadoras de distintas guarderías fueron arrestadas: Lourdes Z.M., Teresa Johana T.E., y posteriormente tres más cuyos nombres apenas se encuentran entre expedientes y comunicados oficiales.

Las cifras duelen:
— 34 carpetas de investigación en Mi Mundo de Colores.
— 15 en la guardería Loon.
— 2 en Niñito Jesús.

Detrás de cada número, hay un niño, una familia, una vida partida.
Y más casos de agresiones. La Estancia de Bienestar y Desarrollo Infantil (EBDI) No. 32 del ISSSTE, una institución pública creada para proteger cerró sus puertas tras la presión de madres y padres de familia.


La Fiscalía Especializada en Atención a Mujeres y a la Familia (FEM) abrió más de 19 carpetas solo en esta estancia; dos de ellas fueron turnadas a la Fiscalía General de la República. La magnitud del daño no cabe en expedientes locales, pero hasta hoy, no hay detenidos. Solo padres confundidos, niños afectados, y un silencio institucional que duele más que cualquier respuesta a medias.

Que esto ocurra en una instancia infantil del ISSSTE no es sólo alarmante: es profundamente grave. Porque si ni siquiera las instituciones federales que existen para proteger la vida de nuestros niños pueden garantizar su seguridad, ¿qué esperanza podemos sostener si hasta los refugios para las infancias se convierten en trampas?

Desde enero, la FEM ha iniciado 71 carpetas relacionadas con abusos en distintas guarderías. Se realizaron 218 evaluaciones médicas y psicológicas; en 71 casos hubo indicios de abuso. Y aun así, apenas vamos viendo acciones. Tardías, insuficientes y dolorosamente reactivas.

Los padres, abrazando carpetas como quien abraza a un hijo herido, formaron el Frente Colores de Justicia. El pasado seis de abril marcharon, alzaron pancartas y se plantaron frente a las cámaras para gritar lo que este país suele susurrar apenas: la justicia y protección para la niñez.

Mientras tanto, en las casas de Ciudad Juárez, madres y padres recogen pedazos de la infancia perdida. Explican, como pueden, lo inexplicable.
Y los niños, algunos aún sin saber decir su nombre completo, guardan en su memoria una herida que todavía no saben nombrar.

Y entonces las preguntas nos alcanzan:
¿Qué clase de sociedad estamos alimentando cuando permitimos que el abuso ocurra dentro de los muros que debían proteger?

En una ciudad donde las heridas suelen esconderse bajo capas de costumbre, sabemos que, si no exigimos justicia, si no exigimos cambios reales, si no gritamos, la historia se repetirá. En otras paredes de colores, en otras canciones de cuna o entre otras pequeñas mochilas.

Es necesario recordar que cuando elegimos callar, cuando decidimos mirar hacia otro lado, estamos dejando claro de qué lado estamos:
Del lado del miedo, del lado del olvido, del lado de quienes creen que pueden hacer daño sin que pase nada.

Exigir justicia en estos momentos, el no permitir que estos hechos se olviden o pasen desapercibidos, no es sólo por los pequeños que no pudieron defenderse.
Es por todos los que aún están por llegar.

Cada vez que no exigimos, cada vez que normalizamos el dolor, estamos enterrando, junto con la infancia de hoy, la esperanza de mañana. Cada silencio que no rompemos es una invitación para que el monstruo bajo la cama nos alcance, alcance a tus hijos o a los de alguien más.

Hoy sabemos que incluso los lugares destinados a proteger pueden traicionar, pero que la única manera de no permitirlo otra vez es hablar, es nombrar, ¡es no callar!

Porque el silencio, también, puede ser una forma de violencia…